"Ir allí donde nadie quiere ir"

¡Bienvenidos hermanos a este blog! Con él os quiero informar poco a poco sobre la evolución del proyecto que se presentó al nuevo Provincial y sus consejeros en mayo del año 2011; así como diferentes proyectos que han surgido sobre este tema en la vida religiosa en los últimos años.

Os animo a participar activamente en un futuro desde la misión popular, la nueva evangelización y la itinerancia; y que este proyecto no sea sólo un proyecto sino una realidad.

Igualmente os animo a participar activamente en este proyecto, religiosos y seglares, o aportar vuestros comentarios, propuestas y deseos pues con vuestro aporte se enriquece dicho proyecto.

sábado, 22 de diciembre de 2012

CUARTA SEMANA DE ADVIENTO. REFLEXIÓN PERSONAL SOBRE LOS HIJOS DE LA LUZ.


Aquí os dejo  la última reflexión personal sobre esta última semana de adviento y venida del Emmanuel, el Dios con nosotros. La Luz que viene de lo alto.



Felicito a todos los seguidores de este blog. Que Dios os bendiga desde su Hijo muy Amado, el Niño Dios, Jesús. El está deseoso de recostarse en vosotros. Abrid vuestros corazones, dejaos amad por el Amor personificado, dejad que Él se encarne en vuestros corazones como lo hizo en mí. Amén.

Feliz navidad y hasta el año que viene.

Feliz 2013.






LOS HIJOS DE LA LUZ


“Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable Luz” (1Pe 2,9).


Por mi experiencia de vida y oración he podido comprobar que en este mundo los hijos de la luz se reconocen e identifican pues: “Si caminamos en la luz, como Él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros” (1Jn 5,7). El Espíritu del Señor hace alumbrar desde ellos la Luz verdadera por las buenas obras que Él realiza en ellos como instrumentos, instrumentos sencillos y eficaces (cf. Lc 10,21) para mayor gloria de su Nombre (cf. Mt 5,16). Ellos poseen una sensibilidad especial para hablar y compartir las cosas de Dios: sin vanagloria, sin intereses, sin autoridad ni protagonismo. Ha sido el Amor que brota en sus corazones trasparentes y justos los que actúan conforme a la santa voluntad de Dios, la alegría se comparte y se contagian los corazones del amor de Dios, pues Él ha obrado en ellos.



Así mismo hermanos míos, los hijos de la luz huyen de los hijos de las tinieblas: “Los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz” (Lc 16,8). Se apartan de ellos como el agua del aceite. ¿Qué necesidad hay de perder la luz o la paz que portamos? La oración es la herramienta más eficaz para aquellos. Es más, “todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras” (Jn 3,20).

Sí, también es cierto, somos antorchas en medio del mundo para alumbrar las tinieblas (cf. Flp 2,15; Sal 104,4; Heb 1,7). La oscuridad no es nuestro miedo, es la oscuridad quien la posee: “Tú eres, Señor, mi lámpara, mi Dios que alumbra mis tinieblas” (2S 22,29); o como dice el santo Job: “Cuando su lámpara brillaba sobre mi cabeza, yo a su Luz por las tinieblas caminaba” (Job 29,3; cf. Sal 18,29). Entonces hermanos “¿quién os hará mal si os afanáis por el bien? Mas, aunque sufrierais a causa de la justicia, dichosos de vosotros. No les tengáis ningún miedo ni se asusten. Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1Pe 3,13-15). “Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz” (Lc 12,2-3). Tanto en cuanto la luz penetre en la oscuridad deja de ser tal para ser luz con los que alumbran: “al ser denunciado por la luz se vuelve claro, y lo que se ha aclarado llegará incluso a ser luz” (Ef 5,13). Quienes llevan la Luz del Sol (cf. Lc 1,78) a las vidas de otros, no la pierden para ellos. Es más, quien posee la Luz ¿qué puede temer si Él lo es Todo y todo le rinde cuantas a Él, único Dios verdadero, “que es Luz y en Él no hay tiniebla alguna?” (1Jn 5,5; cf. Jn 1,5). “El que anda a oscuras y carece de claridad confíe en el nombre del Señor y apóyese en su Dios” (Is 50,10). Temamos entonces a Él mismo que es el único que nos puede privar de su propia Luz eterna después de nuestra muerte corporal y pasar, ¡pobre de aquella alma!, a una muerte de alma y cuerpo, del ser (cf. Mt 10,28); pues “si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4,20).

Los hijos de la luz portan en sus manos “las armas de la Luz” (Rm 13,12), al mismo Amor de los amores y su “Palabra, que es luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (cf. Jn 1,9); como en tiempo así hizo Juan el Bautista, que daba testimonio de la Luz (cf. Jn 1,7). Nuestros labios son del Señor, nuestras manos y pies son del Señor, el corazón sencillo y justo es del Señor: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (cf. Jn 8,12).

Si participamos con Él que es Luz, también estamos unidos a su Luz; somos pues “hijos del día” (1Ts 5,5): “Vosotros sois la luz del mundo, no se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,14-16). “Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados” (Mt 10,27). Nuestro Amado no se cansa de decírnoslo, ¡sois herederos de mi Luz! Nada ni nadie os podrá arrebatar de Su tierna presencia. “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre” (Jn 10,27-29). “Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día” (Jn 6,37-39).


Hermanos míos, somos felices y estamos en comunión por la afirmación que dice nuestro Señor: “Yo soy la Luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas” (Jn 12,46). ¡Vivamos entonces como hijos de la luz, desde nuestro alumbramiento, cuando cada una de nuestras madres nos dio a luz como al Redentor, Luz perpetua, de las purísimas entrañas de la Virgen María (cf. Lc 1,13)! Toda caridad, justicia y verdad son frutos de la luz (cf. Ef 5,8-9); permanezcamos en Él eternamente, la Luz que permanece siempre. Alumbremos en la oscuridad a aquellos que aún no han descubierto la verdadera Luz; o a aquellos que se empeñan en apagar u ofuscar nuestras antorchas de amor, procuremos su conversión, pues nuestro Amado no vino a “llamar a conversión a justos, sino a pecadores” (Lc 5,32). “La conversión es un don de Dios, obra de la Trinidad; es el Espíritu que abre las puertas de los corazones, a fin de que los hombres puedan creer en el Señor y confesarlo (cf. 1Cor 12,3)” [1]. La Verdad está con Dios y es Dios; y la verdad nos hará libres en el Amor (cf. Jn 8,32) porque “el que obra la verdad, va a la Luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios” (cf. Jn 3,21). “Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable Luz” (1Pe 2,9). Amén.





[1] Redemtoris missio 46                                                       

sábado, 15 de diciembre de 2012

TERCERA SEMANA DE ADVIENTO. REFLEXIÓN PERSONAL SOBRE LAS SAGRADAS ESCRITURAS Y LA UTOPÍA DEL EVANGELIO




“Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús” (Jn 2,22).



¡Ay hermanos míos! Durante todo este tiempo que he estado preparando este proyecto he leído con atención las Sagradas Escrituras, y puedo decir que no hay libro en el mundo que supere su sabiduría. En Él viene todo lo que un hombre debe saber (conocer) para vivir en la amistad y paz en Dios[1]. No hay sabiduría mayor en el mundo: “¡Feliz el que lo lea continuamente! Si le presta atención, se hará sabio, si lo pone en práctica, se sentirá lo bastante fuerte en cualquier circunstancia, porque la luz del Señor iluminará su camino” (Sir 50,28). El resto de libros se desgrana de Él mismo. Él es Todo (cf. Ap 22,13), los demás son las partes del Todo. Él es la vid, nosotros los sarmientos (cf. Jn 15,1-8), y nuestros frutos son sus frutos (cf. Mt 7,17). La Sabiduría es el fruto y el fruto es el Amor, por tanto la Sabiduría es Amor.

Si el hombre por la Sagrada Escritura siente el calor de Amor de Dios en su corazón ¿qué más puede pedir? ¿Qué doctrina hay mayor que el Amor? “El amor es paciente y muestra comprensión. El Amor no tiene celos, no es aparente ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo. El Amor nunca pasará” (1Cor 13,1-8a). Nuestro Señor Jesucristo es el Amor perfecto. Él nos enseñó: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13), y lo cumplió en la Cruz: “El lenguaje de la cruz resulta una locura para los que se pierden; pero para los que se salvan, para nosotros, es poder de Dios. Ya lo dijo la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios y haré fracasar la pericia de los instruidos. Sabios, entendidos de este mundo ¡cómo quedan puestos! ¿Y la sabiduría de este mundo? Dios la dejó como loca. Pues el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios cuando ponía por obra su Sabiduría” (1Cor 1,18-21a), porque su Sabiduría es el Amor a todos sus hijos: “Donde no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos”. (Col 3,11). En su sabiduría, por la Palabra y el Espíritu estamos llamados a configurarnos e imitar a Jesús como verdaderos hijos del Amor de Dios.

Por lo tanto, ¿de qué sirve a un teólogo dedicar una vida a escribir y publicar libros para mostrar y demostrar su sabiduría? ¿Quién los comprará? Miembros del gremio: sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas en su mayoría. Sin hablar de aquellos que estudian para alcanzar una reputación en el campo intelectual, y de paso recaudar fondos. Todo se queda en casa. Hoy Europa no necesita más libros ilustrados sobre el Misterio de Dios. No hablo de no obtener por los correspondientes estudios un nivel óptimo para la enseñanza y predicación de las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio, cosa muy necesaria, pero creo que la Iglesia en Europa necesita pastores no doctores.

Apoyo, que si el entendimiento y ciencia que han alcanzado mis hermanos de Orden y de las distintas Órdenes y congregaciones religiosas se expusieran, predicaran gratuitamente a las gentes, algo podría cambiar.

Franciscanos, capuchinos, salesianos, jesuitas, lasalianos, escolapios,… ¡Salid de vuestras comunidades y hogares y prediquen el Nombre del Señor nuestro Dios! Él está entre nosotros en esta sociedad secularizada. Sacad vuestros pupitres y cuadernos de texto a la calle, la biblia, el crucifijo. Predicad con palabras y obras el tierno Amor de Dios para con el hombre. Él nos ayudará siempre y nosotros nos sentiremos ayudados. El hombre de hoy necesita reencontrarse con Dios desde su sentido bautismal hasta el sentido de su vocación en el mundo. Podemos lograrlo. No pretendamos cambiar la sociedad, pero sí es cierto que “quien salva una vida salva al mundo entero”[2]. ¿Grandes y ambiciosos proyectos en nuestras congregaciones? ¿No es un grandísimo proyecto re-evangelizar Europa y salvar almas por el maravilloso hecho de que son nuestros hermanos e hijos amados de Dios? “¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las 99 no descarriadas” (Mt 18,12-13).

Las Sagradas Escrituras no es un ideal, es un estilo de vida. ¿Cómo manifestar esta realidad?

· Ejerciendo nuestro bautismo: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros (Jn 13,35).
· Adorando en la oración (cf. Hch 6,4) a nuestro Padre “en espíritu y verdad” (Jn 4,24). En esto, sabrán por las obras nuestra fe: “Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe” (St 2,18).
· Proclamar lo que se vive: “Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo (Rm 10,13-15.17).

Tanto se configuró san Francisco de Asís a Cristo y al Evangelio, que recibió las sagradas Llagas de nuestro Señor Jesucristo. Profunda fue su plenitud adelantada en la tierra antes que llegara el momento de su muerte y gloriosa resurrección: “Todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna” (Mt 19,29).

¿Dónde están entonces los que ahogan la utopía como realidad? ¿No se hizo realidad la utopía en san Francisco y mucho mayor en nuestro Señor Jesucristo? La utopía se manifiesta en el hombre desde su inmanencia al cambio, la renovación, la inquietud, el compromiso, el equilibrio, lo ideal, la búsqueda profunda de lo humano y divino, la felicidad, el amor. ¿Se podría vivir según las exhortaciones que Jesús nos enseña en los Evangelios hoy, en el siglo XXI? Será difícil si sólo nos ponemos a pensar; hay que actuar. La fe y el Amor a su Palabra y a la voluntad del Padre nos salvarán de una infinidad de compromisos, barreras, debilidad, enfermedad, insultos,… “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? En todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó” (Rm 8,35.37). Es más su gracia nos basta (cf.2Co 12,9). En la debilidad está el amor, está Dios (cf. Rm 5,20). Debemos acogernos a su Palabra y su cruz, que es la que nos conforta (cf. Flp 4,13)  y nos dice continuamente: “¡Ánimo, no teman, que soy yo!” (Mt 14,27). “No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo” (1Jn 4,18).

Nos debe importar nuestra historia, la fraternidad, los conventos y monasterios, la familia, el hogar, el trabajo, las tierras, la muerte… pero todo en su justa medida, como miembros responsables de lo que el Señor nos dio (cf. Mt 25,14-30). Pero, si valoramos más las cosas del mundo, podemos caer en lo que nos dice Jesús: “Si alguno quiere venir a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su  mujer y a sus hijos, sus hermanos y hermanas, e incluso su propia persona, no puede ser discípulo mío. El que no carga con su propia cruz para seguirme luego, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26-27). Hermanos, Él nos sustentará porque su yugo es suave y su carga ligera. (cf. Mt 11,30).

Hermanos, la realidad es que siempre estaremos dispuestos a actuar, también es cierto que encontraremos mil justificaciones para no avanzar. La juventud y la sociedad secularizada nos necesita. El poder de la Iglesia nunca menguará y las fuerzas malignas no la derrotarán (cf. Mt 16,18); debemos de actuar pronto. “Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así” (Mt 24,46).

Por esto hermanos, pienso que todos los que dudan de la Palabra y Sabiduría de Dios son hombres tristes, sin esperanza. En los Evangelios[3] encontramos la clave para ser felices, es Jesús, el Señor, no necesitamos más.








[1] Dt 6,6-8
[2] Frase extraída de película de la “Lista de Schlinder”, dirigida por Steven Allan Spielberg
[3] CIC 125 “Los Evangelios son el corazón de todas las Escrituras "por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador"

lunes, 10 de diciembre de 2012

SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO. REFLEXIÓN PERSONAL SOBRE EL SER CRISTIANO


EL NOMBRE DE CRISTIANOS. SER EN CRISTO


 “En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos” (Hch 11,26).



Ser cristiano es reconocer y confesar a Jesús como Mesías. Es creer en la autorevelación de Dios como promesa en la historia, en el mensaje y obra de Jesús; todo esto por puro Amor: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Dios no promete algo sino que se promete a sí mismo en su Unigénito. “Él nos amó primero” (1Jn 4,19).

Ser cristiano es aceptar la respuesta-envío de Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” Jesús les respondió: “Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva”” (Mt 11,2-5). Es dejarnos amar por el Amado que se ha entregado por nosotros. El cristiano debe configurarse en Jesús: “No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2,20), en el espíritu y en las obras: “Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13,15).

Ser cristianos es responder desde nuestra vocación a la llamada de Jesús. Jesús Sastre entiende por vocación: “La llamada personal, histórica e intransferible, que Dios hace a cada creyente en el contexto dialogal de la fe, para seguir a Jesucristo de una manera particular en la Iglesia y al servicio del Reino”[1]. La vocación no es sólo una llamada de Dios correspondida por la respuesta del hombre. El sentirse llamado lleva en sí una relación amorosa entre aquel que llama y el que responde a esa llamada de amor.

Jesús nos llama: “Ven y sígueme” (Lc 18,22, cf. Lc 9,59), y esta llamada tajante debe de ser correspondida con una respuesta tajante; como Juan y Santiago, Pedro y Andrés (cf. Mt 4,18-21). No como aquellos que se excusaban: “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios” (Lc 9,62), o aquel, “déjame ir primero a enterrar a mi padre” (Lc 9,59), o aquel que no puede seguir a Jesús porque era muy rico (cf. Lc 18,18-23). Para seguir al Amado hay que dejarlo todo al momento: “Lo dejaron todo y lo siguieron” (Mt 4,22).

Por otro lado, ¿qué decir de los apóstoles antes y después de Pentecostés? ¡Cuánto difícil les resultó expandir la experiencia y mensaje de Jesús! Tuvieron fe y esperaron el envío del Espíritu Santo prometido por Jesús (cf. Hch 2,1ss) para continuar la obra que Jesús empezó. Creo, no de probabilidad sino desde mi fe, que si los creyentes cristianos volvieran a vivir la fe como aquellos primeros judeocristianos todo sería distinto en Europa. ¿No existe una corriente que es el secularismo, el paganismo, el ateísmo, la indiferencia religiosa, insultos, incomprensión, ignorancia… al igual que en tiempos de Pedro y Pablo? “Alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria. Dichosos de vosotros, si sois insultados por el nombre de Cristo, felices vosotros, pues el Espíritu de gloria, que es el Espíritu de Dios, descansa sobre vosotros. Si se sufre por cristiano no tienen por qué avergonzarse, sino que más bien deben de dar gracias a Dios por llevar ese nombre” (1Pe 4,13-14.16).

¿Qué diferencia existe hoy en el siglo XXI en España y Europa y aquellos lugares donde el cristianismo empezado a emerger? Para mí, bien poca si la fe en Cristo se sitúa en el centro de la vida del creyente practicante, más a favor de aquellos que no tenían medios de comunicación, eran perseguidos a muerte, cuestionados por sus pensamientos y acciones,… hoy existe una estructura eclesial consolidada y una fe popular que sólo hay que despertar y vivir como discípulos de amor, semejantes al Amado. ¡Cuánto y qué gran empresa le puso nuestro Padre en las pequeñas manos de san Francisco de Asís y supo realizar hasta el final!, llevando precisamente entre sus compañeros esa fe viviente y obras comprometidas muy semejantes a las de Jesús de Nazaret.  Ellos eran “perseverantes en oír la enseñanza de los apóstoles y en la fracción del pan y en la oración” (Hch 2,42). ¿Qué más se puede pedir? “Quien a Dios tiene nada le falta sólo Dios basta”[2].

¡Cristianos, levantad vuestra fe y corazones! Alzad con vuestro amor al Rey de los siglos y proclamad con palabras y obras su Evangelio; “Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento” (Mt 10,7-9-10). El sagrado Corazón de Jesús nos custodia y el inmaculado Corazón de María nos protege ¿qué más se puede pedir?

Amad a nuestra Iglesia como Cristo la amó y se entregó por ella: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño de sangre y agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada” (Ef 5,25b-27). Amemos a la Iglesia como el esposo a la esposa, pues si por el sacramento del matrimonio forman una sola carne (cf. 1Co 6,16), nadie puede aborrecer su propio cuerpo: “Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo” (Ef 5,29-30), que es la Iglesia (cf. Col 1,24).
Esta confesión de san Pablo nos parece preciosa a los ojos del cristiano, pero un cristiano no puede Amar a Dios y aborrecer a su Iglesia, no puede amar la Cabeza (cf. Ef 5,23) y no al Cuerpo. O se ama Todo o no se ama. Nuestro Padre detesta a los tibios: “Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio y no frío o caliente, voy a vomitarte de mi boca” (Ap 3,15-16). Confiad en los diáconos, sacerdotes, obispos y en nuestro querido Papa que como sucesor de san Pedro dirige a la Iglesia con los dones del Espíritu Santo junto con el Colegio Apostólico.





[1] J. Sastre, El discernimiento vocacional. Apuntes para una pastoral juvenil,  Madrid, San Pablo, 1996, p. 97
[2] Famosa frase de santa Teresa de Ávila

jueves, 6 de diciembre de 2012

PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO. REFLEXIÓN PERSONAL SOBRE LA FE



Aquí os dejo herman@s una reflexión sobre la fe, ahora que estamos en al año de la fe como primera semana de adviento, os invito a profundizar y reflexionar sobre este don maravilloso que nos ha ofrecido Dios nuestro Padre. su Hijo Jesús.




LA FE


"PADRE, esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17,3). "Dios, nuestro Salvador... quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2,3-4). "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4,12), sino el nombre de Jesús"[1].


Hermanos, sabemos que la fe es un don que nuestro Padre nos regala, y ésta actúa como herramienta para que el hombre sea capaz de dar respuestas desde su vocación a Dios. La vocación es la llamada personal e histórica que Dios dirige a cada hombre, debiéndose acoger como gracia de Dios y no como frutos de nuestros esfuerzos o deseos. “La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. Ahora bien, sin fe es imposible agradar a Dios, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan” (Hb 11,1-2.6).

Martín Gelavert entiende la fe como: “Un encuentro personal, que abarca la totalidad de la persona, con su inteligencia, voluntad y sentimientos[2]. El autor para argumentar esto parte de la palabra latina credere, que proviene de cor dare, que significa entregar el corazón. Esto es creer en alguien, es un yo creo en ti, es poner una confianza ciega, significa más, es experimentar de alguna forma que yo tengo acceso a la persona del otro, a su intimidad más profunda. Sólo Dios puede merecer nuestra fe total; la fe es la respuesta a la oferta de su Amor, la entrega de todo nuestro ser, de todo mi yo a ese Tú amante. La fe es un ser poseído, más que un tener, un saber, o un poseer: “No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20).

Es Dios quien se adelanta y ayuda al hombre a participar de su comunión con él, “pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Ga 3,26) por el Espíritu Santo; y la fe en Dios es la que actúa como respuesta. Por lo tanto, el alma pasa de ser oyente a ser creyente.

La fe no es un teorema, no abarca lo abstracto o filosófico. No es una simple definición. La fe es Jesús, el Verbo encarnado que se hace presente entre los hombre, el Ungido de Dios para salvación nuestra, Aquel que tiende la mano de Dios al propio hombre en su persona, siendo a la vez Dios y hombre verdadero.

Cuanto más conozcamos a Jesús, más le amaremos y cuanto más le amamos mayor será nuestra fe. "Las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Mc 16,17-18).

Por otro lado, la fe no es una respuesta individual, sino compartida y celebrada en la Iglesia, que es “columna y fundamento de la verdad” (1Tm 3,15). Desde siglos, a través de muchas lenguas, culturas, pueblos y naciones, la Iglesia no cesa de confesar “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef 4,5), recibida de Jesús, el Cristo, transmitida por los apóstoles en un solo bautismo, enraizada en la convicción que todos los hombres no tienen más que un solo Dios y Padre.

La Iglesia, pueblo de creyentes, es la que guarda la memoria de las palabras de Jesucristo y la que transmite de generación en generación la confesión de fe de los apóstoles (cf. Hch 14,27; 16,5). El credo niceno-constantinopolitano es lucha, testimonio, signo y testigo de la profundización y forma de vida en la fe cristiana.

La fe es la acción fundamental que el hombre tiene para su obrar, pues por las obras sabrán nuestra fe. “La fe, si no tiene obras, está muerta. Y al contrario, alguno podrá decir: “¿Tú tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe. ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan. ¿Quieres saber tú, insensato, que la fe sin obras es estéril? Abraham nuestro padre ¿no alcanzó la justificación por las obras cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿Ves cómo la fe cooperaba con sus obras y, por las obras, la fe alcanzó su perfección? Y alcanzó pleno cumplimiento la Escritura que dice: Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia y fue llamado amigo de Dios”. Ya veis cómo el hombre es justificado por las obras y no por la fe solamente. Del mismo modo Rajab, la prostituta, ¿no quedó justificada por las obras dando hospedaje a los mensajeros y haciéndoles marchar por otro camino? Porque así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (St 2,17-26).

Para mí la fe es como la semilla plantada por el Espíritu Santo en nuestro bautismo, por la iniciativa de Dios Uno y Trino, para crecer en Él, por Él y con Él. Nosotros somos desde ese momento los responsables de cuidarla como árbol que quiere ofrecer buenos frutos (cf. Mt 7,17-18; Mt 12,33a). Para ello debemos regar la fe, abonarla, fumigarla, que reciba el sol, etc. La fe es como el alimento, que durante el día nos sustenta y “en la noche instruye internamente” (Sal 16,7) para cada día.

Porque si no tenemos fe hermanos ¿cómo vamos a anunciar lo que no vivimos?, y ¿cómo vamos a vivir el Evangelio si no tenemos fe? “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo podrá ser salada de nuevo?” (Mt 5,13). Si se pierde o atrofia el sentido y meta de nuestra vida religiosa estamos perdidos como ovejas sin pastor (cf. Mt 9,36; 1R 22,27; 2Cro 18,16).
¡Cuántos sacerdotes, religiosos y laicos pierden el sentido de la fe! El sentido de la fe es el Amor y el Amor se trasforma en donación. Donación de nuestro ser en virtud del quien lo necesita; y todo gratuitamente (cf. Mt 10,8).

Es cierto que la fe no tiene medida, siempre va creciendo y no tiene fin, pues los misterios de Dios son inabarcables: “El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega” (Mc 4,26-29), y ¡ay de aquel que diga que tiene mucha fe! Pues siempre ésta es puesta a prueba por nuestro Padre hasta el extremo[3]. Recordad el pasaje… “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: “Arráncate y plántate en el mar”, y os habría obedecido”. (Lc 17,6). Sí, es Él quien quiere hacernos perfectos y santos para Él, y para que el Reino del Amor se implante entre sus hijos en la paz y el bien. Pero “son muchos los llamados y pocos los elegidos” (Mt 22,14), a pesar de que “la mies es mucha y pocos los obreros” (Mt 9,37). Nuestro Padre quiere hacernos fuertes en la fe como buena construcción: “Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina” (Mt 7,24-27). Así mismo Pablo nos dice: “Es necesario que perseveren en la fe; muéstrense firmes, cimentados en ella; no se desvíen de su esperanza, tengan siempre presente el Evangelio que han oído” (1Co 1,23). Y también nos lo dice nuestro Amado Señor, sumo Maestro “Tened fe en Dios” (Mc 11,22).

El premio a nuestra fe, esperanza y amor es la vida eterna: “Depongamos, pues, toda carga inútil, y en especial las armas del pecado, para correr hasta el final la prueba que nos espera, fijos los ojos en Jesús que organiza esta carrera de la fe y la premia al final” (Hb 12,1-4); así como un puesto cercano en Él en su gran banquete (cf. Ap 3,20-21;19,9.17). Y será cuando nuestro Amado “quitará el velo de luto que cubría a todos los pueblos y la mortaja que envolvía a todas las naciones. El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros” (Is 25,7-8). El nos servirá “una comida con jugosos asados y buenos vinos, un banquete de carne y vinos escogidos” (Is 25,6). “Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá” (Lc 12,37).

Pensad hermanos que antes que nosotros resistieron en la fe muchos santos y santas, ¿qué pruebas tenemos de más hoy, en esta sociedad? San Pedro nos anima: “Resistid firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos. El Dios de toda gracia, el que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, os restablecerá, afianzará, robustecerá y os consolidará. A Él el poder por los siglos de los siglos. Amén” (1Pe 5,9-11).

Quien cumple la voluntad de Dios ejerce la fe, pues la voluntad de nuestro Padre es implantar su Reino y su justicia (cf. Mt 6,33), su Amor y Misericordia, cada uno responde desde su vocación: sacerdote, matrimonio, religioso o laico consagrado. En el Cuerpo místico, que es la Iglesia, no todos los miembros tienen la misma función (cf. Rom 12,4). También “a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común, porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad. Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Así también el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos” (1Co 12,7-14).

¿Cómo saber si estamos realizando la voluntad de Dios? Fácil. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda  tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10,27). Éste fue el alimento de nuestro Amado Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34). La oración y el sacramento de la Eucaristía son medios que el hombre desde su búsqueda interior en la trascendencia de Dios, puede descubrir en Él que quiere de él. Todo ello fundamentado en una profunda fe, Amor y temor de Dios.

Realizar la voluntad de Dios en la fe de Jesucristo (cf. Rm 3,22) “manifiesta cómo Dios nos hace justos por medio de la fe y para la vida de fe, como dice la Escritura: El que es justo por la fe vivirá (cf. Hb 10,38)” (Rm 1,17). Y no sólo vivirá sino que vivirá feliz, rebosante de una alegría que nada ni nadie lo puede sustituir. Nuestra felicidad adelanta la plenitud que nuestro Padre nos tiene reservado para aquellos que le aman (cf. 1Pe 1,8-9).

Es cierto que la fe es un compromiso íntimo entre el hombre y Dios, el nunca nos abandonará (cf. Mt 28,20), nosotros debemos mantenernos fieles en la fe. Pero la felicidad de cumplir con el proyecto que Dios nos tiene preparado para cada uno en nuestras vidas ¿quién os lo puede quitar? ¿Quién lo podrá sustituir? 

Pidamos al Señor que nos aumente la fe como se lo pidieron sus apóstoles: “Señor; “Auméntanos la fe”. El Señor dijo: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: "Arráncate y plántate  en el mar", y os habría obedecido” (Lc 17,5-6). Y nos asegura: “Si tenéis fe y no vaciláis, no sólo haréis lo de la higuera (cf. Mt 21,19), sino que si aun decís a este monte: "Quítate y arrójate al mar", así se hará. Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis” (Mt 21,21-22).

Hermanos míos “todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Ga 3,26), “no teman; solamente tengan fe” (Mc 5,36). “Es necesario que sean constantes en hacer la voluntad de Dios, para que consigan su promesa. Acuérdense: dentro de poco, muy poquito tiempo, el que ha de venir llegará; no tardará. Mi justo, si cree, vivirá; pero si desconfía, ya no lo miraré con amor. Nosotros no somos de los que se retiran y se pierden, sino que somos hombres de fe que salvan sus almas” (Hb 10,36-39).

Por eso hermanos míos “pónganse la armadura de Dios, para que en el día malo puedan resistir y mantenerse en la fila valiéndose de todas sus armas. Tomen la verdad como cinturón y la justicia como coraza; estén bien calzados, listos para propagar el Evangelio de la paz. Tengan siempre a la mano el escudo de la fe, y así podrán atajar las flechas incendiarias del demonio. Por último, usen el casco de la salvación y la espada del Espíritu, o sea, la Palabra de Dios” (Ef 6,13-17).






[1] Prologo Catecismo de la Iglesia Católica
[2] M. Gelabert, Valoración cristiana de la experiencia, Salamanca, Sígueme, 1990, p. 12
[3] El santo Job es puesto a prueba, Abrahán, Moisés, … y el mismo Jesús cuando el Espíritu Santo  lo llevó al desierto.